Recuperar las clases presenciales es la urgencia del gobierno, y la solución al «terremoto educacional» causado por la pendemia,. Aunque eso es efectivo y grave, el epicentro de este terremoto está en otra parte. Esta es una invitación reflexionar en ángulo olvidado en ese debate: La crisis del paradigma científico en la pedagogía.
El Diagnóstico Integral de Aprendizajes (DIA), realizado por la Agencia de Calidad de la Educación a siete mil colegios del país, reveló que los alumnos no alcanzaron el 60 por ciento de los aprendizajes necesarios durante el 2020, período marcado por las clases remotas.
La medición abarcó un universo de 1,8 millones de estudiantes entre Sexto Básico y Cuarto Medio, entre marzo y abril de este año, y buscaba conocer el nivel de sus aprendizajes en matemática y lectura, además de observar su estado socio emocional luego de la suspensión de las clases presenciales producto de la pandemia.
En el área de lectura ninguno de los cursos alcanzó un 60 por ciento de los aprendizajes, porcentaje que equivale a una nota 4,0. En matemáticas la situación fue aun más grave, pues ninguno de los niveles superó el 47 por ciento y, específicamente en Segundo Medio, de los contenidos entregados el 2020 los estudiantes aprendieron poco más de un cuarto (27 por ciento).
Impactado y sorprendido por los magros resultados, el ministro de Educación no tardó en demandar al sistema escolar a volver lo antes posible a la modalidad presencial, como la única manera de detener lo que ha dado en llamar un “terremoto educacional”.
Hay un problema en la virtualidad, que duda cabe. Lo señala Carolina Flores, Decana de la Facultad de Educación, de la Universidad Alberto Hurtado: “Uno de los elementos que se ha visto más tergiversado con la virtualidad, es la interacción pedagógica: la relación docente-estudiante, a través de la cual, las y los profesores “median” entre el estudiante y su aprendizaje. En efecto, la virtualidad hace extremadamente difícil para el docente el hacerse cargo de un aula diversa y, sobretodo, el poder calibrar la disposición al aprendizaje de cada quien”.
Aunque esto es efectivo y grave, sería un error centrar el debate y la superación de esta situación sólo en este aspecto del proceso, que muchos distinguen como principal, y que es la parte visible de este terremoto tal como alude la Decana cuando habla de “interacción pedagógica”, esto es, la relación profesor-alumno más los contenidos. El aspecto relacional y sistémico de este núcleo, nos lleva a creer que el aprendizaje se produce y depende del buen funcionamiento de las partes que lo constituyen. En términos muy simples y solo para ilustrar: Docente + estudiante + contenidos = Aprendizaje.
Sin duda esa ecuación es relevante y las consecuencias de la pandemia en ella han sido devastadoras, pero en su formulación se omite la lectura de dos subtextos, que también se producen en la acción educativa, y donde reside, según mi parecer, el epicentro de este “terremoto educacional”:
Un subtexto es la posición científica con la que actúa y en la que se funda el proceso educativo, es decir, la metateoría.
Y el otro subtexto es la comprensión de las características corporales e intelectuales del ser humano cuando aprende, es decir, su biología.
Antes de intentar responder a los desafíos de la educación en el mundo de hoy y explicarnos la crisis por la que atraviesa, es esencial integrar estos dos subtextos al debate y formular una respuesta onto-epistemológica acerca del proceso de aprendizaje.
La metateoría
Sobre el primer subtexto, podemos distinguirlo en el debate en torno a la educación que hemos vivido en el último tiempo y en la serie de insatisfactorios intentos de reforma. El debate evidencia como el campo de la pedagogía ha vivido su historia, básicamente, desde una mirada de la ciencia de raíz europea. Ante ello, incluso se han escuchado voces en la Sociología, planteando una “epistemología del Sur” (concretamente de la Clacso), y con ella cerrar el hiato abierto por la mirada eurocéntrica de la ciencia, y que ha separado la teoría y la práctica social en nuestros países.
Esas mismas voces llaman la atención que, como ha ocurrido en la historia y en la filosofía de la ciencia, no hay nada que permanezca estable o que sea necesario conservar inmutable Aislar las teorías del contexto histórico y cultural del que se nutren, termina por transformar estas disciplinas en algo teóricamente insostenible, sin espacio para su renovación y para la crítica.
La pedagogía parece padecer esta situación de aislamiento y ha terminado por aparecer como ajena a la influencia de los debates actuales la ciencia, centrados en paradigmas transformadores. Eso no está en el discurso alternativo a la crisis de la educación, que está marcado, básicamente, por un “discurso del no”, y que en algunos momentos de la pandemia, dicho sea de paso, han sido incluso razonables. Pero no aluden al tema de fondo, al primer subtexto que distinguimos: La posición científica en la que se funda el proceso educativo, es decir, la metateoría.
Debe aprovecharse la crisis para volver la mirada a esa dimensión y evaluar, en primer lugar, si las prácticas pedagógicas en boga están garantizando un auténtico aprendizaje. A partir de ello, hay que reflexionar desde ese espacio científico, pasar de la teoría a la metateoría de la ciencia, entender que las miradas y los marcos conceptuales han cambiado y comprender su peso e influencia en la pedagogía. (En un artículo reciente, planteo algunos caminos de esa reflexión, dejo la referencia al final del texto).
La biología
En el segundo subtexto, el de la biología de los seres humanos cuando aprenden, se corresponde justamente con esta mirada a los nuevos paradigmas de la ciencia, donde hoy se sitúa como pilar esencial a la bíocibernetica. Ellas distingue dos conceptos de aprendizaje distintos, que emergen después de la segunda revolución cognitiva que está en curso en la ciencia. Los procesos pedagógicos deben atender a ellos
La explicación del fracaso de los gobiernos en educación, y sus intentos de reforma, tal vez se golpean con un muro cuando intentan avanzar, porque solo atienden a una parte del proceso educativo, que es la interacción de agentes. Hoy se centran los esfuerzos en restituir esa interacción, y – por supuesto – es central y prioritario. Pero no resolverá los problemas que detectó el Diagnóstico Integral de Aprendizajes. Las niñas y niños, desde muy pequeños o de adolescentes, no parecen estar aprendiendo. Esto tampoco se resolverá con todos ellos sentados en la sala.